“¡Cómo ha quedado sola la ciudad populosa!
La grande entre las naciones se ha vuelto como viuda,
La señora de provincias ha sido hecha tributaria.
Amargamente llora en la noche, y sus lágrimas están en sus mejillas.
No tiene quien la consuele de todos sus amantes;
Todos sus amigos le faltaron, se le volvieron enemigos”
(Lamentaciones 1, 1-2)
Cuando uno se junta con los amigos es normal comentar cómo van las cosas. Y, con frecuencia, esos comentarios desembocan en “lamentaciones”. Ciertamente nos rodean muchas cosas buenas; pero, por otra parte, tampocofaltanlas malas. Incluso a veces, parece que abundan más las malasnoticias que las buenas. Basta conabrir un periódico, oír el telediario o ponerse a charlar con un amigo….
Por otra parte, especialmente durante este año Jubilar de la Misericordia, oímos constantemente hablar de la bondad de Dios, de su constante ternura y Misericordia para con nosotros. Pero, siendo sinceros, en lo que llevamos de año ¿han cambiado mucho las cosas?
Hace unas semanas se dio a conocer una entrevista realizada hace unos meses por Jacques Servais al Papa emérito Benedicto XVI. En ella me llamó la atención un comentario sobre el hecho de que hace siglos el hombre creía tener necesidad de justificarse ante Dios. Sin embargo, el hombre de hoy, cree más bien que Dios tiene que justificarse por todas las cosas terribles que ocurren en el mundo.
Dicho de otra forma: Si Dios es bueno y misericordioso ¿Por qué permite que haya tanto mal? No es Él, yaque nos ha creado así, ¿el último responsable de los terremotos, de las guerras, de las injusticias? En el fondo… ¿no es Él, el último responsable del pecado?Y así podríamos seguir, una y otra vez preguntándonos: Dios, ¿Acaso no comprende, mejor que yo mismo, todos mis problemas y dificultades? ¿Acaso no sabe lo complicando que es, no ya vivir según unos “ideales” sino lograr si acaso “ir tirando”?Y aún diría más, si Dios es compasivoy misericordioso, ¿Acaso es posible que alguien pueda condenarse por toda la eternidad? La respuesta del “hombre de hoy” es muy clara: ¡por supuesto que no!, ¡solo faltaría que después de lo duro que es vivir esta vida tuviéramos como “recompensa” un sufrimiento eterno! Dios, que es justo, ¡no puede consentirlo!
Podríamos llenar páginas enteras con nuestras “justas” lamentaciones ante Dios. Quizás repitiéndolas una y otra vez podamos llegar a tranquilizar nuestras conciencias asegurándonos que son ciertas…
No se trata de ir respondiendo una a una a todas estas presuntas ofensas recibidas. Hay que ir a la raíz. Este planteamiento, que tan familiar se nos ha hecho, ¡es falso! ¡Tremendamente falso! Nos hemos acostumbrado a pensar que es justo que todo el mundo, Dios incluido, gire en torno a nosotros. Soy yo el que tiene problemas, soy yo el que sé lo que me conviene, soy yo el que tengo razón, soy yo el que necesita ayuda, soy yo el que tengo derecho a disfrutar, soy yo el que… Dios y los demás están ahí para que yo pueda “vivir bien” y, en el peor de los casos, para reconocer “cuanto sufro”. El mundo perfecto sería aquel en el que cada uno hiciera lo que quisiera sin quenadie le moleste. ¡Qué maravillosa sería una realidad virtual donde todo ocurriera a mi capricho y donde, siendo el héroe de la película, no fuese necesario cansarse y esforzarse para que todo terminase bien!
Es necesario despertarse de este sueño. Quizás baste con que suene el despertador o con que alguien encienda la luz. Quizás sea necesario, en los casos más dramáticos, que alguien nos eche encima un cubo de agua fría… Lo importante es despertarse. Despertarse para vivir. Vivir ya no un sueño, más o menos bonito, sino la vida. La vida con mayúsculas: la Vida.
Una Vida que es el gran regalo de Dios. Dios que desde toda la eternidad ha deseado que naciéramos para ser sus hijos. Dios que nos ha dado toda la creación como nuestro hogar para poder gozar con Él de su Vida siendo parte de su Familia. Dios que cuando nosotros nos alejamos de Él por el pecado viene a nuestro encuentro desde la Cruz, para perdonarnos y ayudarnos a seguir sus pasos hacia la casa del Padre. Una Vida en la que no estamos solos, sino que nos descubrimos hijos amados del Padre y hermanos de todos nuestros semejantes.
No. El mal no es culpa de Dios. El mal existe por culpa del pecado de los hombres, por mi pecado, que rechaza a Dios como Padre y como única fuente de la Vida. Que rechaza a los hombres como hermanos y amigos en el caminar. Pero Dios… ¿Cómo iba a dejar sufriendo en su pecado al hombre que hizo libre para poder amarle como hijo?¿No acudirá a su encuentro para levantarle y enseñarle con su Graciaa vivir como hijo, como El Hijo, como Jesucristo? Sí… Por supuesto que sí.
Jesucristo nos invita a seguirle de un modo libre y responsable. Nos invita a construir con Él,y en Él, una familia: la familia de los hijos de Dios, de la Iglesia. Nos invita a remarmar a dentro, hasta el corazón de la Trinidad, hasta el Corazón del Padre. Y esto a través de nuestros actos concretos, ni más ni menos. De nuestras luchas, de nuestro trabajo, de nuestras tristezas y alegrías; que se convierten en Su lucha, Su trabajo, Su tristeza y Su alegría. Porque estamos llamados a ser uno con Él, como Jesucristo es uno con el Padre en el Espíritu Santo.
Es necesario despertar del sueño y respirar el aire fresco de la mañana para que el Espíritu Santo inunde nuestros pulmones y nos permita levantarnos de nuestro lecho y seguir al Señor. Quizás, nada más levantarnos, sea necesario poner fin a la oscuridad y a las tinieblas de la noche; rechazar el pecado y a Satanás y a sus obras, con el Bautismo o una buena confesión sacramental. Hecho esto, cojamos la mano del Señor y de los hermanos (familia, comunidad cristiana y amigos) y pongámonos en camino. En mitad de la jornada no nos faltará el Pan del Camino, la Eucaristía, que renovará nuestras fuerzas haciéndonos uno con Cristo. En los momentos de mayor dificultad o peligro, no nos faltará la ayuda yla ternura de nuestra Madre, la Virgen, que nos animará y protegerá. ¡Cuánto nos ayuda María a través del rezo diario del Santo Rosario! Y si caemos en medio del camino o nos envuelven las tinieblas de la noche, siempre estará el Señor a nuestro lado, que en la confesión sacramental nos levantará y nos iluminará con su Luz Eterna, Omnipotente y Misericordiosa.
Despertar, levantarse y caminar. Sin esperar a mañana, sin miedo a fracasar ni a enfrentarse a losenemigos, sin falsos complejos ni medias tintas. Con la decisión de quien ha encontrado un Amigo que, saliendo a su encuentro, le ha recibido en el calor de una Familia.
Despertar, levantarse y caminar. Hoy, ahora,siempre… dejándose mirar por María y Jesucristo que nos invitan a ser santos hoy, ahoray siempre, con la gracia del Espíritu. Porque con Jesús y María, ¿qué no podremos conseguir? Si ellos están con nosotros ¿Quién contra nosotros?
Despertar, levantarse y caminar. Cristo te espera ya en el Sagrario, ¿a qué esperas? Mañana quizás sea ya tarde…
¡Despierta! ¡Levántate! ¡Camina! Cristo te llama… ¡Acude a su encuentro!
P. Martínez