Píldoras diarias en forma de vídeo con mensajes relacionados con la Misericordia Divina, a cargo del P. Jesús Enrique Saiz García, dcjm.
Puedes seguir ambos canales para poder escuchar cada nuevo vídeo:
“El coronavirus, desde la providencia: llamada al amor creativo”
“Nada escapa a la providencia de Dios. Él no solo crea todo bien, sino que transforma el mal para que sirva al bien de los que le aman. Os ofrecemos material para que este tiempo de cuarentena se convierta en tiempo para ahondar en las grandes preguntas de la vida.”
Visita la sección que los Discípulos de los Corazones de Jesús y María ofrecen dedicada a la cuarentena por el coronavirus:
» “Amor creativo en esta cuarentena”
Carta del P. José Granados, dcjm (Superior General del instituto religioso Discípulos de los Corazones de Jesús y María):
20° aniversario de la canonización de Santa Faustina
Más información y testimonios: https://www.faustinum.pl/es/20-aniversario-de-la-canonizacion-de-santa-faustina/
Confiarse a la Misericordia en tiempo de prueba – Introducción
Una preparación de 30 días para entregarse a la Divina Misericordia a través de María es nuestra propuesta como camino espiritual para el mes de mayo. Os invitamos a vivir este camino con nosotras, para que en este tiempo de prueba todos podamos confiarnos a la Misericordia. Puedes escuchar más detalles en la introducción de la Hna. Miriam Janiec ZMBM.
Publicación en: https://www.faustinum.pl/es/confiarse-a-la-misericordia-en-tiempo-de-prueba-introduccion/
14 formas de ejercer la misericordia
“Somos, pues, obra suya. Dios nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que de antemano dispuso Él que practicásemos” (Ef 2, 10). Esta conciencia me llena de alegría. Soy un ser humano que ha sido creado por Dios. San Pablo escribe: “Soy pues, obra suya”. Dios, bueno y misericordioso, me ha llamado a participar en el amor de la Santísima Trinidad, para que lo ame a Él, pero también a mí mismo y a los demás, con el amor que Él mismo derramó en mi corazón. ¡Qué bueno es Dios! ¡Cuánto ha confiado en mí! Jesús desea que yo exprese mi fe y mi amor a través de obras concretas. Ya me había preparado desde un tiempo inmemorial, me llamó para que de esta manera cumpliera la voluntad del Padre, que quiere mi felicidad y salvación.
Leer más en en artículo: “14 formas de ejercer la misericordia” en Faustinum.pl
Gracias, Señor, por tu Misericordia
Gracias Señor por tus misericordias,
que me cercan en número mayor
que las arenas de los anchos mares
y que los rayos de la luz del sol.
Porque yo no existía y me creaste,
porque me amaste sin amarte yo,
porque antes de nacer me redimiste,
Gracias, Señor.
Porque me diste a tu bendita Madre,
y te dejaste abrir el corazón
para que en él hallase yo refugio.
Gracias, gracias, Señor.
Porque yo te dejé y Tú me buscaste,
porque yo desprecié tu dulce voz
y Tú no despreciaste mi miseria.
Gracias, Señor.
Porque arrojaste todos mis pecados
en el profundo abismo de tu amor,
y no te quedó de ellos ni el recuerdo.
Gracias, gracias, Señor.
Porque bastaba para redimirme
un suspiro, una lágrima de amor
y me quisiste dar toda tu Sangre.
Gracias, Señor.
Por todas estas cosas y por tantas,
que conocemos nada más Tú y yo
y no pueden decirse con palabras.
Gracias, Señor.
¿Qué te daré por tantos beneficios?
¿Cómo podré pagarte tanto amor?
Nada tengo, y nada puedo.
Mas quisiera desde hoy
que cada instante de mi pobre vida,
cada latido de mi corazón,
cada palabra, cada pensamiento,
cada paso que doy
sea como un clamor, que te repita
lleno de inmensa gratitud y amor
¡Gracias, Señor, por tus misericordias!
¡Gracias, gracias, gracias, Señor!
Acto de Confianza
San Claudio de la Colombiére, SJ. (1641-1682)
Estoy tan convencido, Dios mío, de que velas sobre todos los que esperan en Ti, y de que no puede faltar cosa alguna a quien de Ti espera todas las cosas, que he determinado vivir en adelante sin ningún cuidado, descargando en Ti todas mis preocupaciones. “En paz me duermo y en seguida descanso, porque Tú, Señor, me has confirmado singularmente en la esperanza” (Sal 4, 9)
Despójenme los hombre de los bienes y de la honra, prívenme las enfermedades de las fuerzas e instrumentos de servirte; pierda yo por mí mismo la gracia pecando; que no por eso perderé la esperanza, antes la conservaré hasta el último suspiro de mi vida, y vanos serán los esfuerzos de todos los demonios del infierno para arrancármela.
Aguarden unos la felicidad de sus riquezas o de sus talentos; descanses otros en la inocencia de su vida, en la aspereza de su penitencia, en la multitud de sus buenas obras o en el fervor de sus oraciones; en cuanto a mí, toda mi confianza se funda en mi misma confianza, en la seguridad con que espero ser ayudado de Ti – “porque Tú, Señor, me has confirmado singularmente en la esperanza”. Confianza como ésta jamás a nadie salió fallida: “nadie esperó en el Señor y quedó confundido” (Sir 2, 11)
Así que, seguro estoy de ser eternamente bienaventurado, porque espero firmemente serlo y porque Tú, Dios mío, eres de quien lo espero todo: “en Ti, Señor, he esperado, no quedaré confundido jamás” (Sal 30,2; 70,1).
Bien conozco que, por mí soy frágil y mudable; sé cuánto pueden las tentaciones contra las virtudes más robustas; he visto caer las estrellas del cielo y las columnas del firmamento; pero nada de eso logra acobardarme.
Mientras espere de veras, estoy a salvo de toda desgracia; y estoy cierto de que esperaré siempre, porque espero también esta esperanza invariable.
En fin, para mí es seguro que nunca será demasiado lo que espere de Ti, y que nunca tendré menos de lo que haya esperado. Por tanto, espero que me sostendrás firme en los riesgos más inminentes y me defenderás de los ataques más furiosos y harás que mi flaqueza triunfe de los más espantosos enemigos.
Espero que me amarás a mi siempre, y que no te amaré a Ti sin intermisión. Y para llegar de un vuelo con la esperanza hasta donde puede llegarse, yo te espero a Ti mismo, de Ti mismo, oh Creador mío, en el tiempo y en la eternidad. Amén.
¿Qué vemos en el rostro de Cristo?
Roma, 21 de marzo de 2019
Dicen que nadie es culpable de nacer con una cara, pero sí de la cara que tiene a los cincuenta años. Prescindiendo de su belleza o fealdad, hay rostros que atraen y otros que repelen. Y es que el rostro, especialmente los ojos, son el reflejo del alma. Dime cómo me miras y te diré cómo esperas que yo te mire.
¿Qué vemos cuando miramos el rostro de Cristo?
En primer lugar, me gustaría fijarme en el rostro que encontramos en el cuadro “Cristo abrazado a la cruz” del Greco. Vemos a Jesús con una corona de espinas, llevando la cruz y rodeado de tinieblas (las que le rodearon en su pasión). Y ¿qué descubrimos en su rostro? Sus labios, suavemente cerrados reflejan serenidad; sus manos, abrazadas a la cruz, manifiestan fortaleza; sus ojos, elevados al Padre, parecen orar, estar extasiados, incluso tienen el brillo de la alegría y de la paz. Ojos que van más allá de las espinas de su corona y del madero de la cruz para encontrarse con la amorosa mirada del Padre y reflejan no solo su confianza y abandono Filial, sino su Amor y fascinación por “el Padre Eterno”. Este cuadro nos manifiesta la realidad de la Pascua. Por una parte, la grandeza inaudita del hombre, de cada hombre; que ha merecido que Cristo, el Hijo de Dios, sea su Redentor. Por otra, nos desvela la profundidad del amor de Dios al hombre. Un Amor que no se echa atrás ante el pecado del hombre ni ante la muerte en cruz para poder salvarnos. Un Amor que es Fiel en medio de nuestras infidelidades, que es Veraz en medio de nuestras mentiras, que es Heroico en medio de nuestras mediocridades, que es Eterno en contraposición a todo lo demás que pasa. Un Amor que, crucificado en la cruz, está dispuesto a pedir nuestra misericordia para que pueda entrar en nuestro corazón el verdadero Amor que viene de lo alto.
A continuación, miremos el cuadro del Cristo de la Misericordia. Un cuadro que surge del deseo del Señor de que santa Faustina pida a un pintor que realice un cuadro suyo tal y como le veía la santa en sus apariciones. ¿Qué vemos ahí? A Cristo resucitado, que lleno de gozo y fuerza, nos invita a ser sus amigos. Sus pies salen a nuestro encuentro, sus manos nos bendicen señalando el Cielo y nos invitan a entrar en su Corazón. Y precisamente, de ahí, de su Corazón, salen los rayos que nos iluminan, limpian, fortalecen y nos unen a Él. Su Luz nos ilumina y nos saca de nuestras tinieblas. Sus ojos nos miran y entran en nuestro interior; nos sabemos reconocidos y comprendidos. Y sus ojos, no tienen asco de nuestras miserias, ni recriminan nuestros pecados; sus ojos nos manifiestan que nos ama, que ha venido a buscarnos, que quiere sacarnos de nuestra bajeza. Sus ojos nos hablan de que quiere ayudarnos a convertirnos, a enseñarnos a amar a Dios y a los nuestros; a Amar de verás, como nunca nos hubiéramos creído capaces. Y ante esos ojos, ¡qué fácil es pedir perdón y ayuda! Porque me aman y me comprenden. Porque Él es Dios, que ha vencido al pecado y a la muerte; y que quiere vencer mi pecado y mi muerte eterna. Y sus labios, sonrientes y firmes, me susurran: ¡Sígueme!, ¡No tengas miedo!, ¡Yo estoy contigo todos los días! ¡No te dejaré!
Parémonos ante el rostro de Jesús, mirémoslo atentamente, sin prejuicios ni falsos miedos. Y entonces quizás podamos decir con fuerza: ¡Jesús, confío en ti! Sí, porque desde toda la eternidad tú has confiado en mí y te lo has jugado todo por mí, para que yo tenga Vida y en abundancia.
Palabras de Jesús a Santa Faustina tomadas de su Diario:
“Mi misericordia es más grande que todas las miserias de tu alma y las del mundo entero. Por tu alma bajé del cielo a la tierra, me dejé clavar en la Cruz, y permití que mi Sagrado Corazón fuera abierto por una lanza, para así poder abrir la Fuente de mi Misericordia ” (Diario 1485)
“Cuando te acerques a la Confesión, sumérgete en mi Misericordia con gran confianza… Al confesarte, debes saber que Yo mismo te espero en el confesionario, oculto en el sacerdote… Si tu confianza es grande, mi generosidad no tendrá límites” (Diario 1602)
“Ningún pecado, aunque sea un abismo de corrupción agotará mi Misericordia. Aunque el alma sea como un cadáver en plena putrefacción, y no tenga humanamente ningún remedio, ante Dios sí lo tiene” (Diario 1448)
P. Martínez
El mejor fruto del Jubileo de la Misericordia
Al acabar el Año Jubilar de la Misericordia podemos ofrecer al Señor un fruto que dé continuidad a los dones que hemos recibido de Dios en este año. Durante este año hemos comenzado, recomenzado o impulsado nuestra vida de hijos de Dios. ¡Qué alegría! ¡Qué bueno es Dios! Él es nuestro Padre y hace posible que nos levantemos de nuestras miserias y vivamos como auténticos cristianos a semejanza de Jesucristo, María y los santos. El Espíritu Santo, a través de los Sacramentos y en la vida de la Iglesia, renueva nuestro corazón y el de nuestras familias para ser fuente de esperanza y gozo en medio del mundo.
Sabemos la gran vocación a la que el Señor nos llama y, al mismo tiempo, conocemos nuestra debilidad en el día a día. Por eso, un gran fruto de este Jubileo de la Misericordia es consagrar nuestra vida y familia a los Corazones de Jesús y María. Ellos nos ayudarán a continuar el camino que la Misericordia nos ha abierto. Un camino con dificultades y obstáculos pero que de la mano de Jesús y María podemos recorrer hasta la casa del Padre. Si Dios está con nosotros, ¿Quién contra nosotros?
A continuación ofrezco unas fórmulas como ejemplos. Están pensadas para una familia. Sería preferible que cada persona o familia redacte la suya con las razones que le muevan o los propósitos que desee hacer.
P. Martínez
Consagración al Inmaculado Corazón de María (Del matrimonio o de la familia entera)
Inmaculada Virgen María, Tú has vivido junto a Jesús tu vocación al amor: como hija, esposa y madre, conoces de cerca nuestras luchas en el camino de la familia.
Como Hija te abandonaste completamente en Dios Padre, prestándole el homenaje de tu entendimiento y voluntad, y cooperando a su gracia en una disponibilidad perfecta a la acción del Espíritu Santo.
Como Madre, engendraste en tu seno al Hijo de Dios, consagrándote totalmente a ti misma, cual esclava del Señor, a la persona y a la obra de tu Hijo; y nos acogiste a todos nosotros como hijos a través de la Iglesia.
Como Esposa, avanzabasen la peregrinación de la fe bajo la acción del Espíritu Santo ante los insondables designios de Dios.
Como Maestra, Jesús aprendió, en el limpio espejo de tu Corazón, a vivir como Hombre su eterna consagración al Padre en su Amor Redentor.
Nosotros, N.N., N.N., N.N., ….llenos de alegría y esperanza, venimos hoy a ti, como a nuestra Madre y Maestra, para consagrarnos a tu Inmaculado Corazón.
Queremos confiarte, Madre, el Tesoro que el Señor ha puesto en nuestras manos y que llevamos en vasijas de barro. Te encomendamos hoy nuestra familia para que hagas de ella un hogar para tu Hijo.
Que el Señor pueda entrar en nuestra casa como en la de Lázaro, su amigo, sin llamar a la puerta, sabiéndose siempre esperado y bienvenido. Que el amigo de Lázaro sea también el nuestro y el de nuestros hijos, y comparta con nosotros las esperanzas y los temores, la alegría y los dolores de la vida.
Te pedimos, Madre, que nos enseñes a vivir como Marta y María entregando al Señor todo nuestro tiempo en la unidad de trabajo y descanso, oración y acción.
Ayúdanos a reconocer en nuestra familia el santuario de la vida y la esperanza de la sociedad. Haz crecer a nuestros hijos en edad, sabiduría y gracia, para que puedan ser los testigos del tercer milenio. Que como en Caná, nuestra pobre agua pueda transformarse en vino nuevo capaz der ser reflejo del Amor de Dios para que el mundo pueda conocer a Aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida.
Oh María, revélanos el plan maravilloso de Dios sobre nuestra familia. Muéstranos tu protección de Madre y ponnos junto a tu Hijo Jesús, nuestro Maestro y Amigo. Amén.
Consagración de la familia al Corazón de Jesús (Toda la familia)
Jesús, Señor y Salvador nuestro, nos reunimos ante tu imagen para ofrecer a tu Corazón Sagrado nuestra casa y nuestras personas, por mediación de nuestra Madre, la Virgen María, que desde el cielo nos acompaña, nos sonríe y nos ayudará a cumplir el compromiso que ahora contraemos contigo.
Hoy muchos te arrojan de sus puestos de trabajo, de sus viviendas y de sus relaciones familiares.
Nosotros te recibimos contentos y agradecidos en nuestro hogar; te necesitamos y queremos que vivas con nosotros, participando de nuestras alegrías y de nuestras penas, de nuestra riqueza y de nuestra pobreza, de nuestros triunfos y de nuestros fracasos.
Señor, no somos dignos de que entres en nuestra casa; pero tú, que fuiste a la del Centurión, entraste en la de Zaqueo, y te hospedaste en la de Marta y María, quédate con nosotros para siempre, que procuraremos no hacer nunca algo que te disguste.
Señor Jesús, que nos ofreces tu corazón, como señal y prenda de cuánto nos amas, ilumínanos en nuestras dudas y adviértenos en nuestros peligros; ayúdanos en nuestras tentaciones y consuélanos en nuestros sufrimientos; oriéntanos en nuestras resoluciones y, sobre todo, enciende en nuestros corazones un gran amor a Ti y a nuestros prójimos.
Que nuestra vida sea un auténtico testimonio de fe, esperanza y caridad; que hagamos bien a cuantos nos rodean, viéndote en ellos a Ti, y que al fin de nuestra peregrinación por este valle de lágrimas, todos nos reunamos contigo en el cielo, con la Virgen María, nuestra Madre, los santos de nuestra devoción y las personas queridas que nos han precedido en su camino a la casa del Padre.
Así te lo prometemos, Jesús, ante la imagen de tu Corazón; así te lo pedimos y así lo esperamos de Ti, que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo y eres Dios por los siglos de los siglos. Amén.
¡Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío!
¡Inmaculado Corazón de María, se la salvación mía!
La Consagración al Corazón de Jesús se aconseja, no es imprescindible, hacerla a la vez que un sacerdote entronice en casa una imagen o cuadro del Corazón de Jesús y bendiga casa. También esaconsejable que se renueve en familia todos los años en la misma fecha (no es necesario repetir la bendición de la casa).Por otra parte, convieneponer junto a la imagen Agua Bendita (bendecida por un sacerdote) para que puedan usarla todos los miembros de toda la familia.
¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!
¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!
Lope de Vega