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Nuestros hijos, regalos de Dios.

Aquello que vivimos se puede ver de dos maneras, con ojos humanos o con los ojos de la fe. Si solo vemos con ojos humanos ¡qué pobreza!; si solo con la fe ¡qué pena no ver lo humano cuando lo humano es tan amado por Dios!…

Lo que voy a contarte ocurrió la víspera de la festividad de la Virgen del Carmen.

Mi esposa y yo habíamos organizado un viaje a Galicia con nuestros tres hijos: Ángela de 11 años, Gabriel de 8 y el pequeño y travieso Tomás de casi 4 años.

Estábamos alojados en una bonita casa de intercambio junto al Castillo de Sotomayor en la zona de las Rías Baixas. Las dos semanas que íbamos a permanecer en Galicia estaban proyectadas para conocer cuantos más sitios mejor. Viajar y viajar hasta que nuestro viejo coche que en ocasiones olía a embrague quemado aguantara. Esa tarde tocó conocer Cabo do home, un lugar con unas vistas espectaculares desde los acantilados. Mientras mi mujer y yo disfrutábamos del paisaje impresionante y tan distinto de nuestra tierra pacense, los niños se limitaron a pasar el rato cogiendo saltamontes, hecho que me molestó ya que mis esfuerzos por conseguir que prestaran atención a las vistas fueron inútiles. Los bichos eran mucho más divertidos.

Algo contrariado cogí el coche y fuimos a otro pueblecito costero, San Cibrán, en el extremo sur occidental de la Ría de Pontevedra. Como cada día, ese 15 de julio acudí a misa en una iglesia antigua, la parroquia de San Cibrán de Aldán. La misa de vísperas que se celebró fue ya en honor de la Virgen del Carmen, patrona de los pescadores y marineros. Mientras, Leonor y los niños se quedaron fuera jugando a coger bichos como de costumbre y a jugar a pelearse que también tiene para ellos su encanto.

Al terminar la misa, Tomás se me acercó para darme un beso. Siempre lo hace porque sabe que si he comulgado, Cristo está dentro de mí. El beso que me da, realmente es para Dios. Puesto que era la fiesta de la Virgen del Carmen quise comprar un escapulario y me acerqué a la sacristía para preguntar al sacerdote si tenía alguno. El buen cura, muy amablemente me regaló uno a mí y otro a Tomás. El pequeño se lo puso al cuello con una sonrisa llena de ilusión.

Acto seguido Leo me propuso ir un ratito a la playa que distaba de la iglesia apenas unos 30 o 40 metros y accedí.
Todo sucedió muy rápido.

Ángela y Gabriel se pusieron a coger conchas y cangrejillos pero Tomás quiso lanzarse a la aventura…

Era una pequeña playa, bonita, como toda Galicia. Nos disponíamos a disfrutar de los últimos rayos de luz junto a la desembocadura del arroyo Orxas. La bahía formaba una especie de U de modo que desde nuestra orilla se veía jugar a otros niños en la orilla de en frente. Entre ambas orillas se mezclaban las aguas dulces del arroyo con la sal del Atlántico. Tomás me dijo: “papá, quiero ir allí con esos niños”. Había marea alta y Tomás no sabía nadar. Mi respuesta fue tajante: “No Tomás. Quédate aquí con tus hermanos”. Mi experiencia como padre no fue suficiente para atisbar el peligro que la curiosidad y picaresca de un niño de tres años encerraba. Él esperó a que me diera la vuelta y acto seguido se dispuso a conseguir su objetivo. Yo pensé que si lo intentaba le entraría miedo al ver cómo poco a poco le cubriría el agua y daría media vuelta. Eso era lo más normal, sin embargo el nivel del agua ocultaba un peligro que, por desconocimiento de la zona no tuve en cuenta. Junto a nosotros había una rampa para pequeñas embarcaciones que se adentraba en el agua. Hacia un lado estaba la playa, pero hacia el otro esa rampa formaba un escalón profundo. El pequeño comenzó a caminar despacito, apenas le cubría el agua por las rodillas pero de repente, al llegar al escalón oculto, cayó a lo profundo. En ese momento yo acababa de sentarme tranquilo y Leo y yo comenzábamos una conversación. Noté a Leo algo inquieta, no me prestaba atención. En lugar de corresponder a lo que le hablaba dijo sencillamente: “¿Y Tomás?” Me levanté rápidamente y no le vi. Era imposible, no podía haberse ido tan rápido a ninguna parte. Mi corazón se estremeció y por fin pude ver cómo chapoteaba débilmente con solo su frente fuera del agua. Grité: “¡Tomás!” y me lancé con toda la rapidez que pude. Lo agarré y lo levanté. Tardó unos segundos en romper a llorar porque su primer reflejo fue llenar bien sus pulmones de aire.

Le abracé y no le soltaba, ni siquiera se lo pude dar a su madre que me lo solicitaba con sus brazos extendidos. Era mío, no paraba de besarle, estaba bien, estaba vivo…y si hubiera tardado tan solo unos segundos más, si Leo no hubiera preguntado por él, habría desaparecido bajo el agua. Cuando se calmó y me abrazaba tranquilo comencé a llorar yo. A Tomás no le importaba el corro de gente que se formó a nuestro alrededor ni que mi ropa estuviera empapada. Estábamos unidos por un abrazo que le inundaba de paz a él e intentaba calmarme sin éxito a mí.

Recogimos las cosas y nos fuimos al coche. Solo allí mi paciente Leo pudo ya abrazar a su pequeño. Al dárselo comencé a sentir dolor. Me había roto una costilla con la brusquedad del salto pero la adrenalina se encargó de camuflar la molestia hasta que pasó el peligro.

Después de unos largos minutos tras sentarnos todos en el coche decidí sacar fuerzas y comenzar el viaje de regreso a casa. Habrían sido unos 30 minutos de trayecto si el GPS nos hubiera guiado correctamente, pero aquel invento falló y tardamos casi hora y media. Agotado, con lágrimas que se me escapaban y con la mano de Leonor que me rozaba con todo cariño llegamos al fin a casa.

El jaleo que habitualmente acompañaba la hora del baño aquella noche se transformó en un extraño silencio que nos pedía a todos hacer lo que teníamos que hacer sin más.

Al poco los tres niños dormían. Leo y yo nos abrazábamos en la cama sin poder dormir a pesar del agotamiento. Aquella noche pasé muchos pequeños ratitos junto a la cama de Tomás. En nuestro corazón solo había un Gracias enorme que lanzábamos una y otra vez a Dios.

El plan del día siguiente era, según lo previsto, seguir viajando, pero tras lo acontecido, aquel proyecto de viaje dio un giro de 180 grados. Decidimos sin dudar permanecer en la casa, en aquel bonito jardín lleno de saltamontes, jugando todos juntos. ¡Cuánto disfrutaron los enanos!

Durante todo el día noté mi alma inclinándose hacia Dios pero no podía rezar. La angustia no se apartaba de mí y, sin poder controlarlo, se me venía una y otra vez la imagen de Tomás a punto de desaparecer bajo las aguas. Fue un día largo. El rato de oración diaria que solía hacer lo dejé de lado para repetir una y otra vez: “¡Gracias Dios!”

Era ya día 16, festividad de la Virgen y fuimos todos a misa a la pequeña iglesia de Sotomayor. Al finalizar sacaron en procesión a la Virgen y cuál fue mi sorpresa cuando vi que la imagen que los aldeanos procesionaban tenía a los pies de María un pescador que se estaba ahogando en el mar pero que conseguía ser salvado por la mano de la Virgen. No me pude contener, se me escaparon nuevamente las lágrimas. Mi alma seguía profundamente agradecida y angustiada al mismo tiempo. Aquella noche tampoco logré descansar bien.

Por la mañana, con los primeros rayos del alba del 17 de julio, me levanté y agarré mi Biblia y el cuaderno de oración. Solo quería hablar con Dios y sacar la angustia que me producía el pensamiento de haber estado a punto de perder un hijo y el miedo que me provocaba la idea de que de ése o de algún otro modo pudiera perder en el futuro a uno de ellos. En definitiva, solo quería olvidar…

Tomé las lecturas correspondientes a ese día y me topé con Éxodo 1, 8-14.22. Este pasaje narra cómo el faraón de Egipto, temiendo la amenaza del pueblo Israel, ordena arrojar a los niños hebreos al río para acabar con ellos. No me lo podía creer, yo solo quería olvidar y supuestamente Dios me hablaba de niños ahogados. Mi oración, que hasta entonces había sido de agradecimiento, se transformó en un escueto “¡…. Señor!”. Lo cierto es que a veces soy malhablado, mis amigos lo saben… y con mi mejor Amigo no quería ser de otro modo. Jesús no se asusta, hasta me imagino que sonríe y disfruta cuando le tratamos con tanta confianza. Molesto con el Señor cerré la Biblia de golpe y sin entender el porqué de aquel inoportuno pasaje bíblico decidí ignorar lo del Nilo y continuar un minuto más tarde con el Salmo de aquel día. No daba crédito a lo que encontré en el Salmo 124 (123): “Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte (…) nos habrían tragado las aguas”. De repente todo mi ser se estremeció. Entendí con suma claridad un mensaje que me golpeó con contundencia: tu vida y la vida de tus hijos están en mis manos, os amo, confía en mí y no tengas miedo. Eran palabras de autoridad que reclamaban desde un plano superior algo que por derecho merecía recibir: confianza y desprendimiento por mi parte. Rompí de nuevo a llorar, en silencio, para no despertar ni alarmar a Leo que dormía a unos metros de mí. La protesta que marcó el inicio de mi oración dio paso a otro tono lleno de dolor pero doblegado a la voluntad y sabiduría de mi Dios:

“¡Confío! ¡Confío en ti mi Dios, mi Señor! Todo lo que tengo es tuyo, nada me pertenece. ¡Gracias por la vida! San José, María, ayudadme a ser un buen padre; os pido por Ángela, por Gabriel, por Tomás…para que sean santos, para que siempre sean de Dios. Gracias Dios por estar de nuestra parte, por protegernos con brazo firme. Junto a ti nada he de temer. Mi único temor es ser engañado por el diablo y caer en el pecado, pero tú me librarás. Confío en ti. Todo te lo debo a ti Señor ¡Todo! Todo lo que tengo, todo lo que soy. No tengo derecho a nada, salvo a darte gracias por todo. Dispón de mí como te plazca, haz conmigo lo que te plazca. A ti y solo a ti te pertenezco. Y mis hijos, parte de mi vida, mi carne y mi sangre son; si me los arrebatas creo que moriré de dolor, pero tú también moriste en una cruz por querer cumplir la voluntad de tu Padre, por amor a tu Padre y a nosotros. No se haga mi voluntad sino la tuya. Si quieres llevarte a mis hijos llévatelos, pero si quieres atender mi súplica, te suplico: no mueran mis hijos antes que yo. A ti te lo debo todo, todo te pertenece a ti, todo es tuyo. Confío en ti y te doy gracias por conservar a mi lado lo que más amo. Sostenme mi Dios si decides algún día llevarte a mis hijos. Jamás te maldeciré porque sé que tú eres Señor nuestro y tienes derecho a disponer de nosotros como creas conveniente aunque yo no lo entienda. Ayúdame a amar siempre tu voluntad. Te quiero Padre bueno. Seas tú, mi Dios, siempre lo primero; después, todo lo demás”. Amén.

Aquí no acabó la oración. Faltaba el Evangelio. ¡Cómo le gusta a Dios sorprender! ¡Cómo le gusta enamorar a las almas! La siguiente cita correspondía al evangelio de Mateo 10, 34-11, donde está escrito: (…) El que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí. Justo después de leer ese pasaje Dios me habló de nuevo al corazón de forma nítida y clara como el agua más limpia que los ojos puedan ver: “Antonio, tú eres digno de mí”. Aquellas palabras ya no eran las de un Dios que exige lo que es suyo, sino más bien las de un Dios enamorado de mi vida, inmensamente misericordioso y compasivo, que me regalaba ese ser digno de Él. ¿Digno yo! ¡Sí! ¡Digno y bien digno por su misericordia, porque Él lo quiere así, no porque yo lo merezca sino porque Él quiere hacerme merecedor de su Amor! Esa frase, ese “eres digno” arrancaron de cuajo todas mis angustias con una dulcísima brusquedad que inmergió mi alma en una paz infinita. A partir de ese momento me quedé callado ante Dios y Él ante mí. En silencio le adoré feliz viendo al fondo de mi ventana las montañas que rodeaban la Ría. Creo que Él se quedó a mi lado contemplando satisfecho aquel mismo paisaje.

Leo y yo fuimos muy conscientes de que nuestra Madre la Virgen María, bajo la advocación de la Virgen del Carmen, protegió a nuestro precioso Tomás enviando a su ángel de la guarda a tocar el corazón de mi esposa quien preguntó “¿y Tomás?”.

María Auxiliadora, ruega por nosotros.
Reina de los ángeles, ruega por nosotros.
Virgen del Carmen, ruega por nosotros.


Notas:
“No dejéis solos a vuestros hijos porque el diablo desea acabar con ellos”. Gabriele Amorth.
Lo de “solos” lo interpreto a nivel físico y, sobre todo, a nivel espiritual.
Lo escrito en verde es la oración que escribí aquel día en mi cuaderno.

Lo narrado en estas líneas nos condujo a Leo y a mí a profundizar más en la oración. Unas semanas más tarde entendimos que a generosidad se responde con generosidad. Lejos de llenarnos de miedo, esta experiencia nos hizo mucho más fuertes y nuestra confianza en Dios creció sobremanera. Jesús y María nos devolvieron a Tomás. Decidimos, después de un tiempo prudente de discernimiento, ofrecer a Dios otro hijo más, para darle gloria, para transformar el mundo. Hijos…para Dios, Señor y dueño de toda Vida. Como el niño que pide dinero a su madre para hacerle un regalo, así tornamos al Padre el regalo que de Él viene.

Bendito, alabado, adorado sea Dios por siempre. Amén.

Poco después una ecografía lo confirmó. Se trataba de una niña. Carmen venía de camino.

Carmen nació el 13 de agosto de 2018. Aquí la vemos sonriendo mientras duerme. Los bebés recién nacidos no sonríen nunca despiertos. Me gusta pensar que esas sonrisas las provocan sus ángeles de la guarda o incluso María, la Mamá…en sueños.

¡Qué insondables son los designios de Dios y qué incomprensibles sus caminos! (Rom 11, 33)

“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados”

hijo-prodigoVenid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mateo 11, 28).

Año de la Misericordia.  Sí, pero ¿para quién?

 

Para ti que te sientes solo, abandonado, triste y sin esperanza.

Para ti que te sientes incomprendido, rechazado, perdido y sin rumbo.

Para ti que te sientes abatido, cansado, agobiado y sin ganas de continuar.

 

Para ti que te sientes como un volcán a punto de explotar, lleno de ilusión o de odio.

Para ti que te sientes como una piedra del camino que es pisada por todos, lleno de resignación o de desprecio.

Para ti que te sientes como un juez, lleno de recriminaciones o de amargura.

 

Para ti que te falta todo y te sobran problemas.

Para ti que lo tienes todo y te descubres sin nada.

Para ti que no necesitas nada y te descubres un mendigo.

Para ti que lo quieres todo y no te satisface nada.

 

Para ti que quieres ser bueno y no puedes.

Para ti que quieres perdonar y no olvidas.

Para ti que lointentas todo y has tirado la toalla.

 

Para ti que luchas en tu día a día o para ti que te has rendido.

 

¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas?  Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré” (Isaías 49,15).

Descubre y recuerda que tienes un Padre que te espera.  Déjate mirar por unos ojos llenos de ternura y comprensión.  Déjate abrazar por Aquél que te conoce y te ama.  Déjate limpiar por Aquél que puede hacerlo.  Coge la mano de Aquél que puede mostrarte el camino y enseñarte a caminar.

¡No tengas miedo!, ¡acércate a Él!  Él es tu Camino, y tu Verdad y tu Vida.

 

Acércate al Sagrario y descubre el Amor de Dios.

Acércate al Bautismo o a la Confesión y descubre el perdón de Dios.

Acércate a la Eucaristía y descubre el poder de Dios para cambiar tu vida y  hacerte fuente de luz y gozo en medio del mundo, de los tuyos.

 

Deja que Dios te toque.  No tengas miedo.  ¿A dónde irás lejos de Él?

Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mateo 11, 28).

Junto a Jesús y María, comienza hoy una nueva vida.

Carta de Jaime C.

Buenas noches hermanas:

Mi nombre es Jaime y les escribo en primer lugar para trasladarles mi agradecimiento porque gracias a uno de sus trípticos conocí el mensaje de la Divina Misericordia de Nuestro Señor.
Llego a mis manos de la manera más casual y a la vez en el momento mas apropiado, como una respuesta providencial a mi desesperanza.
Creo que hay muchas personas necesitadas de conocer la Misericordia que Jesucristo nos tiene reservada y he pensado que quizá pudiera ayudarles haciéndoles un pedido y repartiéndolas en la parroquia. Para eso me gustaría que me diesen información acerca de los pedidos; como las cantidades mínimas y los gastos aproximados de impresión y envío para poderles compensar con un donativo en la medida de mis posibilidades.

Muchas gracias por adelantado y que Dios les bendiga.

Jaime C.

Vigo, 2 de Septiembre de 2015

Carta de M.I.

Queridas hermanas en Cristo,

Estáis realizando un extraordinario apostolado de la gran Misericordia de Dios, por el que os felicito. Contad con mi oración para que el AMOR A SU DIVINO CORAZON MISERICORDIOSO siga extendiéndose hasta abrazar el mundo como Jesús lo hizo en la cruz.

Es muy poco lo que os mando, pero espero y se que cualquier ayuda por pequeña que sea es bien recibida.

Mi nombre es Inmaculada y no os pido materialmente nada pero si algo que para mí es extraordinariamente de valor. Tengo que darle una respuesta a Nuestro Señor en mi vida y tengo 43 años, aunque no hace más que unos 2 años y medio aproximadamente que el Señor esta tocando más fuertemente en mi vida.

Pero existe un inconveniente en mi vida que me impide dar unos pasos o una respuesta a su llamada y es que mi cuerpo está muy cansado y débil por un posible síndrome de fatiga crónica.

No veo con claridad la Luz a un compromiso más fuerte, pero mi interior tiene sed de Dios.

He comprendido mi carisma pero mi vida en estos momentos esta bastante limitada por mi cuerpo. No quiero forzar la voluntad de Dios ofreciéndole […] sino es mi camino mi consagración a Él pero tampoco deseo fallarle si me esta llamando de este modo. Necesito el discernimiento fuerte del Espíritu y mi apertura total a Él para que obre en mí con facilidad en su momento.

Por ello os pido vuestras oraciones y os doy las gracias de antemano pues se que voy a contar con ellas.

Dios os bendiga a todas. Vuestra siempre,

M.I.

Carta de M.P.

Queridas Hermanas,

Quiero hacerles llegar mi regalo especial testimonio que he recibido de nuestro buen Jesús, que nunca nos falla.

Yo como ven Ustedes soy una gran amante del Corazón Divino de Jesús. Tenía a mi hija enferma de cáncer y no podía hablar ni comer; todo era líquido de lo que se alimentaba.

Yo todos los días rezo la Corona de la Misericordia, llevo ya varios años pero últimamente no falta un solo día y le pedía a Jesús que salvase a mi hija, que me la curase. Aunque no mejoraba, yo confiaba en él. No podía ni confesar, ni comulgar porque tragaba con mucha dificultad.

Hace como año y medio que la operaron, y lo hizo pero me dijo el sacerdote que fue dificilísimo porque ni con agua podía tragar.

Yo ya no insistí más pero me moría de nervios por si llegaba la muerte y no había recibido sacramentos. Consulte a mi director espiritual y me dijo que seguirá rezando, que el Señor lo arreglaría.

Al final, el día 28 de diciembre llegue a su casa, que iba todos los días a ayudarla y acompañarla y me la encontré en coma. Inmediatamente como loca avisé a sus vecinos y en nuestra parroquia no había nadie. Inmediatamente llamé a un amigo de una parroquia de al lado y vino rápido. Todavía respiraba. Le administró la extrema unción y yo le recé la Corona de la Misericordia. Eran las 15.00 de la tarde, y a las 15.30 fallecía…

Yo le di gracias al Señor por su gran mensaje de amor cuando nos dice que no tengamos miedo. Tengo mucha pena por mi hija pero tengo una gran paz, que la tiene con Él.

Recen por mí y mi nieto que esta inválido y que se acuerda mucho de ella. Yo ahora hago de madre. Gracias, seguiré de […] de su amor.

M.P.

Carta desde R.

Gracias por la preciosa carta y el maravilloso impreso del Domingo de la Misericordia Divina.

Solo deseo con todo mi corazón que esta medicina llamada “MISERICORDIA” como dice el Santo Padre Francisco, y cuyo principio activo es el AMOR y la BONDAD DE DIOS, sane las almas de la humanidad entera.
Recibid un cordial saludo de este aprendiz de apóstol de la Misericordia de Dios.

¡Viva Jesús!

Fco. G.Q.

Carta desde S.

Queridas Hermanas,

He sabido de vuestra existencia a través de una compañera de trabajo muy especial, y me ha hecho mucha ilusión el saber de Ustedes. La Misericordia Divina es para algo muy significativo que me gustaría compartir en unas breves líneas.

Mi pareja y yo decidimos casarnos por la iglesia el pasado 14 de diciembre, y el sacerdote con el que nos preparamos nos habló de la Divina Misericordia y nos pidió que rezáramos el Rosario juntos, y así lo hacemos cada mañana en el desayuno antes de empezar el día, ponemos el Rosario y lo rezamos juntos. Es como si nos acompañara y velara por nosotros.

Ahora queremos formar nuestra familia y tener una niña, por eso les rogaría que rezaran porque éste se lleve a cabo, el embarazo se desarrolle con normalidad y que todo venga bien. Una niña sana y sin problemas y que desde el amor y el respecto que ambos nos tenemos seamos capaces de educar y disfrutar de nuestra hija.

Muchas gracias de antemano y reciban esta pequeña ayuda.

V.M.G.

Carta desde A.

Estimadas hermanas,

Mi nombre es P., vivo en […], no recuerdo exactamente como llego a mi el impreso de la Divina Misericordia que Ustedes divulgan.

Soy una simple laica, casada con 2 hijos, el mayor de 17 años, y la pequeña de 12, y pertenezco a la Parroquia de la Inmaculada Concepción del Torrellano, que es el pueblo donde residimos.

Siempre me he sentido atraída por la imagen del Cristo de la Divina Misericordia, al igual que la imagen de la Sábana Santa.

No sé si llego antes a mis manos el tríptico de Ustedes o me compre el diario espiritual de Sor Faustina Kowalska. Pero he de decirles que ya voy por la segunda lectura y recibí muchas gracias espirituales del Señor, así como intento rezar todos los días la coronilla a la Divina Misericordia o el Rosario a la Virgen María.

Me gustaría difundir en mi entorno (aunque es pequeño), el amor a la Divina Misericordia del Señor, así como el frecuente rezo de la coronilla para la salvación de los pecadores, en especial, de los agonizantes.

Pero hermanas, así como les pido si pudieran enviarme algunos impresos como el que llego a mis manos, también les tengo que decir que no tengo en este momento ningún recurso económico para ayudar a la impresión o a los gastos de correos.

Mi marido estuvo en el paro desde marzo hasta noviembre, nos metimos en un negocio (cafetería) y nos han salido las cosas mal, de tal manera que debemos mucho dinero en estos momentos (hipoteca, crédito, luz, etc.). Son momentos muy duros para nosotros, pero intentamos entregar nuestras vidas a la voluntad de Dios, y si en su mano este que pasemos esta cruz, pues la pasaremos y entregaremos nuestros sufrimientos al Señor, que Él sabrá como utilizarlos.

Ahora que estamos en la Cuaresma, esta mañana me llegó la idea de reunir a un grupo de parroquianos y rezar la novena a la Divina Misericordia, antes del día de su celebración, así como divulgarla, para que los que no son muy practicantes, acudan a misa ese domingo, confiesen, comulguen, y reciban las gracias del Señor.

Nos vendría muy bien su ayuda con los impresos y las oraciones.

Sin más que decirles, y esperando su respuesta, les agradezco profundamente por su labor, y rezo al Señor para que nunca les falten religiosos como Ustedes, que dedican su vida a mantenernos a los demás en el amor y perdón del Señor.

¡Que Dios les bendiga!

Mª P.O.G.

Carta desde S.

Hola amigos lectores,

A continuación les relataré el gran milagro que la Misericordia Divina me otorgó.

Recientemente sufrí una lesión en el pulmón derecho. Tuve dos neumotórax en cuestión de tan solo un mes.

Los médicos decidieron operarme porque sino el problema no dejaría de repetirse. Lo pasé muy mal. Estas afecciones son muy dolorosas y además pasé mucho miedo, pues todo era desconocido para mí.

Mi madre, una gran devota de la Misericordia Divina, me inculcó su devoción.

Antes de la operación, me abandoné a Dios ofreciéndole mis dolores, mis miedos y angustias, y le pedí que me diera paz para afrontar todo lo que tuviese que venir.

Todo fue increíble después de la operación, el médico avisó a mis familiares de que la recuperación sería dolorosa, pero gracias a la Misericordia Divina, no solo no pasé dolores, sino que mi recuperación fue muy rápida. Los médicos estaban asombrados.

Con mi testimonio solo pretendo arrojar esperanza sobre todos los que estéis leyendo esto ahora mismo. Abandonaros a Dios, Él os ama como nunca nadie lo hará y depositad toda vuestra confianza en Él, pues Él es el amigo fiel que nunca falla.

¡¡Gracia mi Misericordia Divina!!

Una sevillana

Nota: Les ruego por favor que publiquen mi relato pues es de suma importancia para mí. Al menos así es como Dios me lo hace sentir. Un cordial saludo.

Gracias.

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