¿Tolerancia o indiferencia?

2015 06, Cachorro de SevilllaEn el diccionario de la lengua española se define la tolerancia como el “respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”.

Hoy en día esta es una de las actitudes mejor consideradas en el ámbito socio-político y cultural. Más aún, es creencia común que sin ella no es posible la convivencia en una sociedad plural como la que existe en las así llamadas “sociedades democráticas”. La falta de tolerancia lleva a los radicalismos y, por tanto, al riesgo de desorden social o a la limitación de los derechos personales. El respeto al otro es la norma suprema en la relación con los demás.

Por otra parte, en el mismo diccionario se define la indiferencia como el “estado de ánimo en que no se siente inclinación ni repugnancia hacia una persona, objeto o negocio determinado”.

Y es aquí donde, presuponiendo el máximo respeto a la libertad de cada uno, me surge una pregunta:   en el fondo, ¿no podemos estar confundiendo la tolerancia con la indiferencia?

La indiferencia nos lleva a marcar un límite entre “el otro” y “yo”:   “haz lo que quieras pero a mí no me molestes”, “tu libertad y derechos acaban donde comienzan los míos”, “mientras a mí no me afecte me es indiferente lo que te ocurra”,… Esta indiferencia nos permite seguir viviendo nuestra vida sin sentirnos responsables de la de los demás aunque naufraguen en medio de sus problemas.

Es cierto que sentimos compasión cuando descubrimos el dolor de los demás. Nuestras lágrimas son sinceras, nos gustaría que todo le fuera bien, pero:   ¿Qué puedo hacer yo? ¿Acaso soy “un dios” capaz de resolver los problemas de los demás? Al final nuestras lágrimas se quedan en eso, en lágrimas que esconden nuestra indiferencia.

Lo que me importa soy yo. Un “yo” entendido de un modo individual y autónomo. Cualquier tipo de relación con los demás ha de valorarse en la medida en que me permita ser yo mismo y actuar libremente según mis criterios. Así, tolero a los demás en la medida en que no me molesten. Y, dicho sea de paso, me será fácil tolerarlos porque no me importan demasiado. Esta forma de vivir la tolerancia ignora y destruye la dignidad del otro. Esta visión, a veces, podemos descubrirla incluso en el trato con la familia y amigos.

¿En que se parece esta “tolerancia” a la tolerancia que mostró Jesús cuando, a punto de morir en la Cruz, dijo:   “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34)?

Jesús fue tolerante hasta el punto de dejarse azotar y crucificar; de dejar que Judas lo traicionara; de dejar marchar al joven rico. Pero lo que diferencia su tolerancia de nuestra indiferencia es precisamente Su Misericordia. Una Misericordia que le lleva a perdonar y a tender una mano incluso a sus enemigos para que “tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10). Jesús es como el padre de la parábola que todos los días esperaba con los brazos abiertos la vuelta de su hijo pródigo a casa; más aún, es el Buen Pastor que sale a buscar a su oveja perdida no para obligarla a volver sino para curar sus heridas y permitirla que pueda volver a su hogar una vez que lo haya descubierto como proprio.

La Misericordia de Jesús hace que su tolerancia no nos deje solos en medio del mundo, aislados de todos los demás; al contrario, nos permite sentirnos respetados y amados incluso cuando nos hemos alejado y perdido; de este modo la vuelta a casa no es una humillación sino un gozoso reencuentro con Aquél que no solo salió a buscarnos sino que dio su Vida para que pudiéramos vivir como “hijos del Padre”.

¿Tolerancia o indiferencia?   Yo diría, “Misericordia” siguiendo a Aquel que es la Verdad, el Camino y la Vida.

 

P. Martinez

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