La importancia del tema es que en el corazón del Evangelio se nos revela que Dios es amor. Tanto San Juan Pablo II con su encíclica Dives in misericordia y su devoción a Santa Faustina Kowalska, cuanto Benedicto XVI con su encíclica Deus caritas est han promovido e impulsado una reflexión teológica sobre la misericordia y el amor. Frente a una imagen de Dios castigador y justiciero, es necesario reflejar el verdadero rostro de Dios sin caer en una visión dulzona y buenista que es igualmente deformada.
Cabe por ello la pregunta, ¿en qué consiste la misericordia divina? ¿De qué misericordia hablamos? Una primera respuesta pasa por desenmascarar falsas concepciones de la misma. En primer lugar, es claro que la misericordia no es arbitrariedad caprichosa. En segundo lugar que no se confunde con la compasión como reacción afectiva, como falso consuelo. Y en tercer lugar que tampoco se identifica con la tolerancia del mal, no es la gracia barata de la que hablaba Bonhöeffer.
Para comprenderla adecuadamente, es pues, necesario acercarse a la analogía del término. En primer lugar, la misericordia es el mayor atributo de Dios. Cuando Sto. Tomás de Aquino comenta el versículo Ef 2,4 “Pero Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó…” afirma que es la misericordia es casi la raíz del amor divino[1]. En otro lugar afirma que la misericordia es la caritas operativa et effettiva de Dios[2]. La misericordia como atributo divino está estrechamente unido a su omnipotencia, a su soberanía y a su bondad.
En segundo lugar, es necesario comprender que desde una metafísica del amor la misericordia tiene un principio afectivo[3]. En el orden interno de la acción divina, en la medida que nace del amor, la misericordia tiene una dimensión afectiva. Dios, por tanto, no tiene misericordia sino a causa del amor, en cuanto nos ama como algo suyo[4].
En tercer lugar, la misericordia es también una virtud. Sto. Tomás de Aquino se pregunta si es la virtud más grande. Responde diciendo que una virtud puede ser la mayor por dos conceptos: 1º) en sí misma y 2º) por comparación al que la tiene. En sí misma, la misericordia es la mayor de las virtudes porque pertenece a ella difundirse a los demás y sobrellevar sus defectos, y esto es propio de una virtud superior. Así que la misericordia es propia de Dios, y por ella, sobre todo, se dice que manifiesta su omnipotencia. En nosotros, la caridad es más excelente que la misericordia, pues respecto al que la tiene, la misericordia no es la mayor virtud, a no ser que quien la posea sea el ser supremo que no tiene superior a sí y a quien están sometidos todos los seres. Porque para el que tiene a alguien sobre sí, mayor y mejor cosa es unirse al superior que soportar el defecto del inferior. Y, por lo tanto, en cuanto al hombre, que tiene a Dios como superior, la caridad, por la cual se une a Dios, es mejor que la misericordia, por la cual soporta los defectos de sus prójimos[5].
Esta argumentación nos sitúa en la dinámica de la conversión por el que el inferior ha de volverse hacia Dios. Dios quiere al pecador y al mismo tiempo quiere el bien para él. En este sentido, en la medida que nos conformamos con Cristo que se entrega, somos transformados por Él. Una misericordia que no transforme al pecador no es verdadera. De este modo, la misericordia en cuanto virtud no es ajena a la justicia. Un grave malentendido de la misericordia sería aconsejar a una mujer que aborte o ayudar activamente a un enfermo terminal a cometer un suicidio. El salmo 85 afirma que la misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan (Sal 85, 11). En la traducción de la Vulgata se dice que la misericordia y la verdad de se encuentran.
Por último es preciso señalar que la misericordia se encuentra en el corazón de las bienaventuranzas: “Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5, 7). Las bienaventuranzas las concibe Sto. Tomás de Aquino más que como hábitos como acciones excelentes. En este sentido esta bienaventuranza está unida a las obras de misericordia.
La analogía de la misericordia comporta, de este modo, una teoría de la acción que sepa distinguir sus diferentes momentos en su unidad intencional. De otro modo, se puede caer en penosas confusiones. La misericordia como atributo divino, como don de Dios, como afecto, como virtud y como bienaventuranza y acto se dice de muchas maneras.
P. Juan de Dios Larrú Ramos, dcjm
[1]Sto. Tomás de Aquino, In Ef II, I, n. 86: “quia cum amor hominis causetur ex bonitate eius qui diligitur, tunc homo ille qui diligit, diligit ex iustitia, inquantum iustum est quid talem amet. Quando vero amor causat bonitatem in dilecto, tunc est amor precedens ex misricordia. Amor autem quo Deus amat nos, causat in nobis bonitatem, et ideo misericordia ponitur hic quasi radix amoris divini Is 63, 7. 15”.
[2]Sto. Tomás de Aquino, S.Th., q. 21, a. 3.
[3]Sto. Tomás de Aquino, S.Th. I-II, q. 28, a. 6 ad 2.
[4]Sto. Tomás de Aquino, S.Th. II-II, q. 30, a. 2 ad 1.
[5]Sto. Tomás de Aquino, S.Th. II-II, q. 30, a. 4.