Lo que queda de la Navidad: ¡Atrévete a cambiar!

Se acabó la Navidad. Ese tiempo en el que todos nos volvemos un poco más niños y la cabeza se nos llena de recuerdos, ilusiones y bondades.

Se acabó la Navidad y volvemos al día a día. Al trabajo y al estudio; a las prisas, las presiones, el sálvese quien pueda y a poner los pies en el suelo para poder llegar a fin de mes.

Se acabó la Navidad y por tanto dejemos los cuentos de niños y las caras dulzonas.

Ya a más de dos semanas ¿nos queda algo de la Navidad? Desde luego alguna foto y quizás algunos kilos de más. ¿Queda algo más?

Hace unos días me preguntaba una persona: realmente, ¿Qué es la Navidad? Una pregunta sencilla pero no tan evidente. Por una parte nace Jesús, el Hijo de Dios; luego vienen los Reyes Magos; son días de paz y misericordia, de estar en familia… Se podría decir que son días de Misericordia de Dios con los hombres y, por eso, de los hombres con sus hermanos.

Precisamente este es el punto. Son unos días de “Misericordia”. Pero ¿cómo entendemos esta “Misericordia”?

En el uso cotidiano de la palabra se entiende por “misericordia” el echar una mano a alguien que lo necesita y que no tiene medios propios para resolver sus problemas (un pobre, un anciano, un encarcelado,…). Todos hemos oído alguna vez hablar de las “obras de misericordia”. Por otra parte, también en el lenguaje común, se entiende por el perdonar a alguien que nos ha ofendido.

Es decir, que podríamos afirmar que cuando hablamos de “tener misericordia” más o menos todos entendemos el echar una mano o perdonar a una persona “digna de compasión” que, en cierto sentido, seguirá siendo “digna de compasión”. El pobre seguirá siendo pobre, el anciano seguirá siendo anciano y el que me ha ofendido siempre podrá volver a ofenderme… Nosotros mismos asumimos esta visión:  ya sabes como soy, no puedo evitarlo, en el fondo te quiero,… Sí. Tenemos muy buenos propósitos pero tantas veces no somos capaces de llevarlos a cabo: Nos es imposible; ¡somos humanos!

Es cierto que en Navidad, por un momento, parece que todo es posible. Que puedo saludar a ese familiar con el cual no me hablo el resto del año, puedo ser generoso con mi vecino, mi familia se convierte en un remanso de paz y sonrisas, yo mismo me siento más joven e ilusionado. Parece que por un momento la vida podría ser más bella y, emulando la conocida película navideña, podría correr por las calles gritando a todos “¡feliz Navidad!” y “¡qué bello es vivir!”. Es como si por “arte de magia” nuestros defectos y miserias se cubrieran con una bella capa de nieve que brilla ante el sol.

Pero llega el calor, la nieve se va y sólo queda eso: miseria y meras buenas intenciones. En el fondo, seamos sinceros, la misericordia de los hombres y la “Misericordia” de Dios ¿sólo pueden hacer esto? ¿Sólo pueden cubrir nuestra miseria para darnos unos días de ilusión y sueños?

Y yo me pregunto, ¿Dios ha nacido en Belén, ha muerto y resucitado, ha fundado la Iglesia y “creado” los sacramentos, simplemente para que tengamos un poco de ilusión y llevemos mejor nuestras miserias? ¿Simplemente para que tras unos días de “sueños” volvamos a conformarnos y a arrastrarnos lo más dignamente posible en el día a día?

Realmente para eso no valía la pena tanto esfuerzo. Bastaría una buena película, un buen vaso de vino o, según dicen, alguna pastilla para conseguir el mismo efecto. Y, ciertamente, con menos complicaciones y compromisos…

No. No creo que el Niño de Belén estuviera de acuerdo con este planteamiento. Él no viene a tapar nuestra miseria ni a darnos simplemente bonitos sueños o ideales. Él viene a cambiar el mundo. A cambiarte a ti y a mí. Él viene a darnos su Vida, abriendo nuestros ojos a la Verdad y mostrándonos el Camino. Más aún, acompañándonos en nuestro caminar. Él viene para que podamos ser un buen esposo o esposa, un buen padre o madre, un buen trabajador y un buen estudiante; Él viene para que pueda amar a mi enemigo y vivir la plenitud. Él viene para que realmente pueda solucionar ese problema de relación con los demás, con el mundo, conmigo mismo y con Dios. Él viene para cambiar mi vida y la de los míos. Para hacer, realmente, de un desierto un jardín capaz de llenar de gozo a quien me rodea y a Dios mismo.

El Niño de Belén, ahora que ha crecido, nos invita y anima:   “mi gracia te basta” (2 Cor 12, 9); “coge tu camilla y anda” (Jn 5,8); “amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 13, 34). No son meras frases bonitas para embobar a niños o jóvenes que aún no “han sufrido” la experiencia de los años. Son frases dichas por Dios, que te ama y que te conoce: No te quedes tumbado en el lecho porque puedes caminar; no te encierres en tus miserias porque puedes aprender a amar; que no te asusten las miserias de los demás porque puedes vencerlas.

Con Él los “sueños e ideales” se hacen realidad. Él nos muestra el Camino y nos da su Fuerza. Él nos ha dado la Iglesia, los Sacramentos, la familia y los verdaderos amigos para que “tengamos Vida y Vida en abundancia” (cf. Jn 10,10).

Pero hace falta que nos levantemos, que echemos la pereza y el conformismo y que nos pongamos en camino. ¿Tendremos el valor de atrevernos a cambiar? Como Pedro, fiados en la Palabra del Señor, ¿seremos capaces de echar una vez más las redes? (Cf. Lc 5, 1-11)

¡Jesús, confío en ti!

P. Martínez

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